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Regreso a Acteal : I. La fractura

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  Artículo impreso(a) y electrónico Idioma: Español Tema(s) en español: Recurso en línea: Formatos físicos adicionales disponibles:
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En: Nexos Año 29, volumen XXIX, número 358 (octubre de 2007), páginas 56-70Nota de acceso: Acceso en línea sin restricciones Resumen:
Español

En este número publicamos la primera de tres partes que integran un Regreso a Acteal. Nuestra edición de noviembre verá la segunda (El camino de los muertos) y la de diciembre, el mes en que se cumplen con exactitud los diez años de la masacre de Acteal, la tercera entrega (El día señalado). Aguilar Camín ha logrado un texto en el que, aparte de sus transparencias narrativas, confluyen el arte del historiador aplicado a la historia reciente y la seriedad del periodista que antepone la investigación de los hechos a las teorías, los datos a los dichos y la cosa tal cual a las ideas previas. Un regreso, confirmará el lector, cuya eficacia y hallazgos son en realidad como una primera vez frente a aquellos sucesos terribles. En la mañana fresca del diecisiete de diciembre de mil novecientos noventa y siete, Agustín Vázquez Secum, vecino y principal de Queshtic, pequeña aldea recalcitrante del sacudido municipio de San Pedro Chenalhó en Los Altos de Chiapas, fue muerto a tiros cuando iba a su cafetal, armado con un rifle, en la compañía preventiva de tres amigos, priistas como él, lo que en aquellos tiempos y aquellos lugares sólo quería decir que eran contrarios a la expansión sobre sus pueblos de las armas y el influjo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Dos de los acompañantes del muerto, Lorenzo Gómez y Fernando Vázquez, fueron heridos en la misma refriega, pero alcanzaron a saber que sus atacantes eran Bartolo López y Javier Luna, dos simpatizantes del EZLN, pues les salieron al paso enmascarados con pañuelos pero al cortar cartucho perdieron el disfraz. La versión de los zapatistas adversarios de Agustín Vázquez Secum, es que éste había bajado a atender su cafetal armadísimo, dispuesto a matar a la persona que se le atravesara, siendo el muerto una persona que tiene algo de dinero y no muy le gusta meterse en problemas. Según la Procuraduría General de la República, la víctima lo era de sus matadores personales y de un impersonal pero mortífero entorno de rivalidades y antagonismos políticos, económicos y religiosos, profundizados a raíz del movimiento armado del primero de enero de mil novecientos noventa y cuatro.

La muerte de Vázquez Secum interrumpió la tercera reunión que los bandos en pugna habían concertado para ese día, luego de dos semanas de acuerdos y recelos sobre cómo parar la violencia matrera de los pueblos. En los últimos meses de mil novecientos noventa y siete los secuestros, las emboscadas, los saqueos y los muertos habían crecido de más en las aldeas, milpas, veredas y caminos del municipio. Tanto, que los mismos rivales de la zona, una de las más pobres del país, mal gobernada siempre e ingobernable ahora, habían empezado a hablar. No había faltado nunca esa violencia hormiga entre los habitantes de San Pedro Chenalhó que se nombran a sí mismos pedranos o sanpedranos. Catorce de las treinta y cuatro denuncias recibidas en la agencia del ministerio público del municipio durante mil novecientos noventa y cuatro habían sido por homicidios y lesiones, siendo esas denuncias excepción en un ambiente donde nadie se fiaba de la ley y sus alcances. Pero en los primeros siete meses de mil novecientos noventa y siete la cifra de denuncias por violencia había subido a cuarenta y tres, con veintidós muertos y veinte heridos por arma de fuego.

El punto de arranque de aquella creciente era cosa sabida para los de ahí, para el gobierno estatal y para el gobierno federal, que mantenía en la zona, desde el inicio de la tregua y las conversaciones con el EZLN, un poroso pero visible despliegue de soldados. La mala temporada había dado inicio tres años atrás, justamente en diciembre de mil novecientos noventa y cuatro, cuando los rebeldes zapatistas, hasta entonces confinados a su encierro insurreccional de Las Cañadas, recibieron la orden de dejar sus posiciones y avanzar sobre los municipios vecinos para establecer nuevas zonas de influencia. Recibían con esa proclama ampulosa al nuevo gobierno de Ernesto Zedillo, unos días después de su instalación el primero de diciembre y unos días antes de que lo engullera el remolino de la mayor crisis fiscal de la era del PRI, experta en crisis fiscales. En realidad los rebeldes no avanzaron de Las Cañadas hacia ningún lado, simplemente incitaron a sus muchos simpatizantes que tenían en municipios vecinos a tomar la iniciativa política y manifestarse como parte del movimiento zapatista. Las elecciones presidenciales del veintiuno de agosto de aquel año no habían dejado duda sobre el contagio zapatista de San Pedro Chenalhó, hasta entonces bastión tradicional del PRI.

Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del Partido de la Revolución Democrática, la opción de izquierda en las boletas, había arrasado en las urnas del municipio con el sesenta y nueve por ciento de los votos. Las cosas fueron radicalmente distintas el año siguiente, durante las elecciones para el Congreso local y los municipios de Chiapas. ¿Por qué un cambio tan grande? Por la siguiente pequeña historia: El once de marzo de mil novecientos noventa y cinco, día de San Eulogio de Córdoba en el santoral vaticano, fue emitida la llamada Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, a cuyo amparo se instalaron en San Andrés Larráinzar las primeras mesas de diálogo entre el gobierno federal y los rebeldes chiapanecos. El EZLN no creía, ni cree, en las elecciones y pese a que las negociaciones apenas se iniciaban, o precisamente por ello, lanzó la consigna de no acudir a las urnas en las elecciones municipales de octubre. Sus simpatizantes acataron la consigna y ese fue el origen de su ruina electoral o, al menos de la del PRD, con el que el EZLN no tenía afinidad, sino competencia. De los cerca de catorce mil electores registrados en Chenalhó casi once mil aceptaron la consigna zapatista y no votaron, pero casi tres mil sí lo hicieron, y votaron por el PRI que obtuvo de ese modo un triunfo chirle, pero triunfo al fin, suficiente para llevar a su candidato a la alcaldía.

El pobre triunfo generó protestas y tomas de ayuntamientos en ocho municipios de la zona, empezando por San Pedro Chenalhó, un archipiélago de sesenta comunidades dispersas en ciento treinta y nueve kilómetros cuadrados de bosques de coníferas, una tierra verde, bella, falsamente fértil, donde sobrevivían entonces unos treinta mil sanpedranos, casi todos tzotziles nativos de ahí, casi todos en chozas y aldeas que por su mayor parte ignoraban el asfalto, el drenaje y la luz eléctrica.4 Pasaron las protestas, pero no el agravio. El diecisiete de diciembre de mil novecientos noventa y cinco, tres años estrictos antes del día en que habría de ser muerto en las afueras de su aldea Agustín Vázquez Secum, un grupo de gente armada proveniente de La Cima se agolpó en la casa del alcalde saliente de San Pedro Chenalhó, Pedro Mariano Arias, y lo forzó a entregar el palacio municipal, junto con el bastón de mando característico de las comunidades indígenas. El grupo ungió luego alcalde de alzada a su líder, Javier Ruiz, del pueblo de Polhó, y como secretario reincidente a Pablo Vázquez Ruiz, de La Esperanza, dueño de ese cargo tiempo atrás, durante una alcaldía priista.

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En este número publicamos la primera de tres partes que integran un Regreso a Acteal. Nuestra edición de noviembre verá la segunda (El camino de los muertos) y la de diciembre, el mes en que se cumplen con exactitud los diez años de la masacre de Acteal, la tercera entrega (El día señalado). Aguilar Camín ha logrado un texto en el que, aparte de sus transparencias narrativas, confluyen el arte del historiador aplicado a la historia reciente y la seriedad del periodista que antepone la investigación de los hechos a las teorías, los datos a los dichos y la cosa tal cual a las ideas previas. Un regreso, confirmará el lector, cuya eficacia y hallazgos son en realidad como una primera vez frente a aquellos sucesos terribles. En la mañana fresca del diecisiete de diciembre de mil novecientos noventa y siete, Agustín Vázquez Secum, vecino y principal de Queshtic, pequeña aldea recalcitrante del sacudido municipio de San Pedro Chenalhó en Los Altos de Chiapas, fue muerto a tiros cuando iba a su cafetal, armado con un rifle, en la compañía preventiva de tres amigos, priistas como él, lo que en aquellos tiempos y aquellos lugares sólo quería decir que eran contrarios a la expansión sobre sus pueblos de las armas y el influjo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Español

Dos de los acompañantes del muerto, Lorenzo Gómez y Fernando Vázquez, fueron heridos en la misma refriega, pero alcanzaron a saber que sus atacantes eran Bartolo López y Javier Luna, dos simpatizantes del EZLN, pues les salieron al paso enmascarados con pañuelos pero al cortar cartucho perdieron el disfraz. La versión de los zapatistas adversarios de Agustín Vázquez Secum, es que éste había bajado a atender su cafetal armadísimo, dispuesto a matar a la persona que se le atravesara, siendo el muerto una persona que tiene algo de dinero y no muy le gusta meterse en problemas. Según la Procuraduría General de la República, la víctima lo era de sus matadores personales y de un impersonal pero mortífero entorno de rivalidades y antagonismos políticos, económicos y religiosos, profundizados a raíz del movimiento armado del primero de enero de mil novecientos noventa y cuatro. Español

La muerte de Vázquez Secum interrumpió la tercera reunión que los bandos en pugna habían concertado para ese día, luego de dos semanas de acuerdos y recelos sobre cómo parar la violencia matrera de los pueblos. En los últimos meses de mil novecientos noventa y siete los secuestros, las emboscadas, los saqueos y los muertos habían crecido de más en las aldeas, milpas, veredas y caminos del municipio. Tanto, que los mismos rivales de la zona, una de las más pobres del país, mal gobernada siempre e ingobernable ahora, habían empezado a hablar. No había faltado nunca esa violencia hormiga entre los habitantes de San Pedro Chenalhó que se nombran a sí mismos pedranos o sanpedranos. Catorce de las treinta y cuatro denuncias recibidas en la agencia del ministerio público del municipio durante mil novecientos noventa y cuatro habían sido por homicidios y lesiones, siendo esas denuncias excepción en un ambiente donde nadie se fiaba de la ley y sus alcances. Pero en los primeros siete meses de mil novecientos noventa y siete la cifra de denuncias por violencia había subido a cuarenta y tres, con veintidós muertos y veinte heridos por arma de fuego. Español

El punto de arranque de aquella creciente era cosa sabida para los de ahí, para el gobierno estatal y para el gobierno federal, que mantenía en la zona, desde el inicio de la tregua y las conversaciones con el EZLN, un poroso pero visible despliegue de soldados. La mala temporada había dado inicio tres años atrás, justamente en diciembre de mil novecientos noventa y cuatro, cuando los rebeldes zapatistas, hasta entonces confinados a su encierro insurreccional de Las Cañadas, recibieron la orden de dejar sus posiciones y avanzar sobre los municipios vecinos para establecer nuevas zonas de influencia. Recibían con esa proclama ampulosa al nuevo gobierno de Ernesto Zedillo, unos días después de su instalación el primero de diciembre y unos días antes de que lo engullera el remolino de la mayor crisis fiscal de la era del PRI, experta en crisis fiscales. En realidad los rebeldes no avanzaron de Las Cañadas hacia ningún lado, simplemente incitaron a sus muchos simpatizantes que tenían en municipios vecinos a tomar la iniciativa política y manifestarse como parte del movimiento zapatista. Las elecciones presidenciales del veintiuno de agosto de aquel año no habían dejado duda sobre el contagio zapatista de San Pedro Chenalhó, hasta entonces bastión tradicional del PRI. Español

Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del Partido de la Revolución Democrática, la opción de izquierda en las boletas, había arrasado en las urnas del municipio con el sesenta y nueve por ciento de los votos. Las cosas fueron radicalmente distintas el año siguiente, durante las elecciones para el Congreso local y los municipios de Chiapas. ¿Por qué un cambio tan grande? Por la siguiente pequeña historia: El once de marzo de mil novecientos noventa y cinco, día de San Eulogio de Córdoba en el santoral vaticano, fue emitida la llamada Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, a cuyo amparo se instalaron en San Andrés Larráinzar las primeras mesas de diálogo entre el gobierno federal y los rebeldes chiapanecos. El EZLN no creía, ni cree, en las elecciones y pese a que las negociaciones apenas se iniciaban, o precisamente por ello, lanzó la consigna de no acudir a las urnas en las elecciones municipales de octubre. Sus simpatizantes acataron la consigna y ese fue el origen de su ruina electoral o, al menos de la del PRD, con el que el EZLN no tenía afinidad, sino competencia. De los cerca de catorce mil electores registrados en Chenalhó casi once mil aceptaron la consigna zapatista y no votaron, pero casi tres mil sí lo hicieron, y votaron por el PRI que obtuvo de ese modo un triunfo chirle, pero triunfo al fin, suficiente para llevar a su candidato a la alcaldía. Español

El pobre triunfo generó protestas y tomas de ayuntamientos en ocho municipios de la zona, empezando por San Pedro Chenalhó, un archipiélago de sesenta comunidades dispersas en ciento treinta y nueve kilómetros cuadrados de bosques de coníferas, una tierra verde, bella, falsamente fértil, donde sobrevivían entonces unos treinta mil sanpedranos, casi todos tzotziles nativos de ahí, casi todos en chozas y aldeas que por su mayor parte ignoraban el asfalto, el drenaje y la luz eléctrica.4 Pasaron las protestas, pero no el agravio. El diecisiete de diciembre de mil novecientos noventa y cinco, tres años estrictos antes del día en que habría de ser muerto en las afueras de su aldea Agustín Vázquez Secum, un grupo de gente armada proveniente de La Cima se agolpó en la casa del alcalde saliente de San Pedro Chenalhó, Pedro Mariano Arias, y lo forzó a entregar el palacio municipal, junto con el bastón de mando característico de las comunidades indígenas. El grupo ungió luego alcalde de alzada a su líder, Javier Ruiz, del pueblo de Polhó, y como secretario reincidente a Pablo Vázquez Ruiz, de La Esperanza, dueño de ese cargo tiempo atrás, durante una alcaldía priista. Español

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